*La crisis causada por la pandemia empujó al priner mundo a una situación de vulnerabilidad.
Largas filas de personas se acumulan en las puertas de fundaciones, ong, iglesias, comedores comunitarios o en bancos de alimentos para recibir platos de comida o cajas con mercados
No se veía una imagen similar en Europa quizás desde la Segunda Guerra Mundial. La crisis causada por la pandemia empujó al primer mundo a una posición de vulnerabilidad que hace unos 15 meses era completamente lejana en tiempo y espacio: algo del pasado o, en todo caso, que solo podría suceder en países pobres y lejanos.
Largas filas de personas se acumulan en las puertas de fundaciones, ong, iglesias, comedores comunitarios o en bancos de alimentos para recibir platos de comida o cajas con mercados.
“Las colas del hambre” son cada vez más visibles en países como España o Inglaterra. En Madrid, por ejemplo, solamente la ONG católica Cáritas atendió el año pasado a medio millón de personas, y entre ellas, a muchas que nunca antes habían recibido ayuda alimentaria. Y solo en esa capital, los bancos de alimentos vieron aumentar su demanda interanual en un 40 por ciento.
Las 500 mil personas que atendió esta ONG el año pasado equivalen más o menos el 15 por ciento de la población total de Madrid. Es decir que casi dos de cada diez personas que viven en la ciudad fueron por comida a Cáritas durante el año pasado.
Rita Carrasco fue una de ellas. Aunque escondida tras un tapabocas negro, no renuncia a pintarse los labios de rojo. Pero su sonrisa desapareció cuando tuvo que unirse a las filas del hambre en Madrid.
“Fue un momento duro, triste. Pasas por un estado de vergüenza, aunque no tendría que ser así”, explica a la agencia France Presse esta mexicana de 41 años, que perdió su empleo de profesora de teatro al comienzo del confinamiento estricto de marzo del año pasado y no ha encontrado otro desde entonces. Se quedó sin ahorros y tuvo que acudir a este recurso para comer.
La necesidad de ayuda alimentaria en España hoy es omnipresente entre los sectores más castigados por la crisis económica consecuente. Y los migrantes de Latinoamérica y África son los que la pasan peor.
Todos los viernes desde diciembre, Rita Carrasco, con otras cientos de personas, acude a recibir una gran caja con víveres en un comedor social en el barrio popular de Carabanchel, sur de Madrid. También ayuda en la distribución de alimentos como voluntaria, una tarea que aligera algo su amarga situación. “Dar y recibir cambia la percepción”, asegura.
Con unos chalecos amarillos, una veintena de voluntarios se movilizan en un gran local parroquial, flanqueado por una cocina nueva para preparar platos calientes. Antes lo consumían en el mismo lugar, pero ahora se entregan para llevar por razones sanitarias.
Otros reparten frutas, legumbres o cereales a las personas que hacen fila en la estrecha acera, a menudo mujeres de origen latinoamericano en un barrio con amplia presencia de extranjeros.
Se trata de uno de los cuatro comedores abiertos de urgencia en la primavera boreal del 2020 por la entidad de obra social Álvaro del Portillo. Antes de la pandemia solo necesitaban uno.
Problemas que venían de antes
El escritor y periodista argentino Martín Caparrós lo dice con más gracia y análisis: “La demanda se dispara, la oferta no acompaña. La emergencia tiene un doble efecto: por un lado, algunos que no solían pedir ahora lo hacen y, por otro, algunos que querrían dar ahora no pueden. Pero algunos que no solían ayudar ahora lo intentan”.
Así lo escribe Caparrós en un texto que añadirá como epílogo a una nueva edición de su libro El hambre, un extenso ensayo periodístico en el que se intenta desentramar este silencioso y brutal fenómeno con las historias de quienes lo padecen y las explicaciones por qué y cómo lo provocan quienes lo provocan.
El cuadro de las colas del hambre se repite, casi sin variaciones, en Londres (ver recuadro), Nueva York, São Paulo y otras grandes metrópolis supuestamente ricas. El panorama general no es alentador. En países que antes de la pandemia no estaban bien, la crisis del covid-19 reforzó los problemas ya existentes.
De hecho, el martes la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) advirtieron que la desnutrición aguda “se disparará en más de 20 países”.
Antes de la crisis, ya unos 800 millones de personas pasaban hambre. Y, a este punto, unos 34 millones de 20 países enfrentan a niveles de emergencia al borde de la inanición, según los datos de la FAO y el PMA.
De hecho, en España, un cuarto de los habitantes ya se encontraba en riesgo de pobreza o exclusión social en 2019, una de las tasas más elevadas de Europa.
Nuevos hambrientos
“¿Y por qué se preocupan ahora por cien millones más cuando hace tres meses no se preocupaban por los 800 millones que están pasando hambre siempre? ¿No les parece un poco hipócrita?”, pregunta Caparrós en el nuevo epílogo de El hambre.
Acepta que no sabe “si esto nos hizo o nos hará más receptivos al sufrimiento de los que apenas pueden”. Pero subraya que “estos meses de pandemia multiplicaron esos sufrimientos”. Y, también, “corrieron muchos velos: nos obligaron a mirar”.
“Así como empezó a morirse gente que antes no se moría, empezarían a pasar hambre personas que antes no”. Así que, “por acción y efecto de los virus, el hambre podría perder, en ciertos casos, su característica principal: ser algo que les pasa siempre a otros”, dice Caparrós.
Eso le ocurrió al marido de Reina Chambi, de 39 años. Él trabajaba en un hotel y ella cuidaba a ancianos, justamente el tipo de empleos que la pandemia se llevó casi inmediatamente.
“Es una gran ayuda porque al final no tenemos que comprar leche, garbanzos, fideos, esas cosas. Y eso lo gastamos para detergente o carne”, explica tímidamente Reina Chambi, que extraña la “vida estable” que había construido tras llegar desde Bolivia a España hace 15 años.
Dar para recibir
A este país europeo fue a uno de los que más trabajo le costó superar el paro producido por la crisis económica mundial de 2008. Y cuando por fin lograban estabilizarse, llegó el coronavirus. Amanda Gómez, de 53 años y divorciada justo antes de la pandemia, lo expresa al decir que se siente “frustrada porque cada vez que quiero salir adelante pasa algo”.
Su familia ya recibía ayudas desde hace seis años. Ahora está sola para criar dos niños, uno discapacitado, con los escasos ingresos que recibe como empleada doméstica.
Amanda Gómez no se da por vencida: habilidosa en los fogones, busca recetas en internet para “aprovechar al máximo” los alimentos que recibe e intenta repartir pasteles a domicilio con la esperanza de ganarse algunos euros.
Sin embargo, su mayor fantasía ni siquiera es tener la pastelería para enriquecerse, sino para ayudar: “Sueño en grande, porque tampoco el soñar cuesta nada. Lo que quiero es ir a la parroquia sin pedir nada. Ir a apoyar”, dice.
Ante un mañana desalentador para las condiciones alimentarias de Europa, América y todo el mundo, quizás lo único que brilla es la solidaridad que la situación despierta en muchas personas.
Las colas del hambre pueden existir porque existen personas que están atendiendo, uno a uno, a todos los que se acercan en busca de comida. Las filas son, también, el símbolo de la capacidad de penetración de este virus que logró lo impensable en un mundo en el que parecía que nada cambiaría.
Londres: los estudiantes esperan su ración
En la capital del Reino Unido, uno de los grupos que peor la está pasando con la pandemia es el de los estudiantes. “Cada vez es más difícil comprar comida, los precios son mucho más altos que en India” y cada día hay menos trabajo, dice Jay Patel, 19 años, estudiante de la Universidad de Greenwich.
Sin la ayuda de la organización Newham Community Project sería difícil para él y sus compañeros sobrevivir, por el altísimo costo de la vida en Londres. “Al principio, distribuíamos 20 paquetes al día”, explica Elyas Ismail, responsable el proyecto, pero “en tres semanas hemos crecido hasta superar los 800 estudiantes”.
La situación en Colombia
Las cifras del hambre en nuestro país no son menos preocupantes. Según la encuesta Pulso Social del Dane, que comparó datos de febrero de 2020 y febrero de 2021, 2,2 millones de familias comen dos veces al día y 23.701 hogares a veces no tienen un plato diario.
“Vemos que 1,5 millones de hogares que antes comían tres comidas al día ahora están comiendo solo dos veces, lo cual corresponde a 21,47 por ciento de esos hogares que antes consumían tres raciones al día”, dijo el director del Dane, Juan Daniel Oviedo.
De otro lado, en Bogotá, según el programa ‘Cómo vamos’, tres de cada diez personas se acostaron a dormir con hambre la semana pasada.
Con información de El Universal